miércoles, 3 de octubre de 2007

Mi relato largo de fin de concurso. El poema lo dejaré para la última entrada dedicada al concurso








Acabé el Bachillerato

Escribo un relato corto, que es un extracto de un hecho casi real. Vivencia que fue cierta, junto con otras imaginadas.
Mi escrito ha surgido como resultado de la circunstancia de que Hipocrit se me ha adelantado en el tema sobre el que iba a escribir (en mi caso no en la isla Vili Varu del archipiélago Maldivas), por lo que ahora no puedo esperar otros 28 días para colgar un nuevo relato sobre las noches de luna llena. Por esto he tenido que rebuscar en mi memoria una situación erótica, de las que me ha tocado vivir o imaginar. He buscado un marco, que para mi es el mejor, junto con una situación un tanto anómala, pero que fue real en cierto modo. La chica existió, el libro está, pero no se donde, algún día aparecerá con las tapas aún manchadas de sudor. El bikini azul turquesa aún sigue en mi mente, como la figura esbelta de la chica de piel blanca, que cuando estuvo detrás de mí y me dijo “hola”. Lo demás fue una imaginación y un sueño Aquél insulso mes de mayo del año 1966, del que no recuerdo ningún dato significativo (Franco estaba en el poder y continuaba abierta la guerra del Viet-Nam) apareció una chica que no he vuelto a ver más, indagué sobre ella y sólo pude descubrir que estaba aquel mes de mayo en un pueblo de la Costa Brava descansando, después de haber salido de la cárcel, una vez cumplida la pena que le había sentenciado el T.O.P. (Tribunal de Orden Público) en Barcelona, por unos hechos que desconozco totalmente.




Acabé el bachillerato (este es el título)

Era a finales del mes de mayo del 66 y recién cumplidos los dieciocho años. Después de conocer las notas de mis exámenes en el Instituto y antes del examen de Preuniversitario en Universidad en Barcelona, decidí ir a pasar tres días en la casa que mis padres tenían en Sebastià del Mar, con el objetivo de descansar y olvidarme de los días que había estado delante de los libros.
El día de mi partida cogí el tren en la estación de con destino a Escolpià. El viaje fue interminable. El tren estaba electrificado solamente de Bacelona hasta Massanet-Massanas (estación conocida popularmente como “el empalme”), los vagones de tercera clase del “tren correo” no tenían compartimentos. Los incómodos asientos de madera estaban colocados uno tras de otro por parejas dejando un espacio en el centro a modo de pasillo. Me coloqué al lado de la ventana, me distraía ver el paisaje cuando descansaba de leer la revista semanal que me había comprado en el kiosco de la estación. Respiré durante todo el trayecto la carbonilla que brotaba constantemente de la chimenea de la máquina de vapor. El tren se detuvo en todas las estaciones y en cada uno de los apeaderos del recorrido.
Pasadas más de 4 monótonas horas de tren, llegué a Escolpià alrededor de las ocho de la tarde. El coche de línea estaba esperando al sólo viajero que descendió al andén para transportarlo por los 8 kilómetros de la serpenteante carretera de Escolpià, que bordea toda la costa, hasta Sebastià del Mar.
El mar estaba en calma, auguraba unos días espléndidos, que harían agradable mi permanencia en el pueblo.
Cuando el autocar coronó el Faro, se divisó toda la silueta del pueblo, que en aquellos momentos ya estaba dejando de ser de pescadores. La línea blanca y alargada de las apretujadas casas frente al mar, de entre las que la iglesia sobresalía, se abría ante mis ojos.
El corazón se me engrandece siempre que llego a “Sebastià”. Regresan a mi mente todos aquellos recuerdos de mi niñez en los que pasaba mis vacaciones de verano totalmente libre de las ataduras del internado en Barcelona en el que había pasado todo el curso escolar, recuerdos felices de días sin fin, de aquellas largas tardes de salidas en barca regresando al ocaso del sol, que iluminaba de color rojizo los acantilados de la costa norte s y le daba un brillo especial al mar.
Ya empezaba a oscurecer, observé desde la ventana del autocar el inmenso espejo en el que la figura lineal del pueblo se reflejada, brillando en el mar los puntos lumínicos que en aquellos momentos empezaban a encenderse. De entre las casas blancas destacaba el inconfundible color rosado de la fachada del Consistorio.
Al día siguiente, después de un reconfortante sueño, me levanté tarde y después de comer algo en el “Café”, pensé que sería bueno darme un baño y aprovechar el aquél día soleado. Sin nada más que el bañador, el “niki” y la toalla de baño, me dispuse a andar todo el camino de la ribera, que frente al mar bordea el pueblo, para dirigirme a las playas que son de piedra, son las playas más incomodas que existen en el Mediterráneo, pero sus aguas son las más claras, limpias y frías de todo el Tirreno. Este iba a ser mi primer baño del año.
A medio camino, me paré en la papelería y compré un pequeño relato de García Márquez, cuyo título no recuerdo en estos momentos. Era un libro de bolsillo de escasas hojas, ideal para disfrutar de un día de playa completamente solo. El libro tenía las tapas doradas y la última vez que lo vi aún tenía las manchadas de unas gotas de sudor que habían caído sobre ellas.
Al llegar a la playa me senté sobre una roca y me dispuse a leer un buen relato.
La playa estaba totalmente desierta en aquella época del año, el día no era festivo. Me di un baño rápido. El agua estaba gélida, me sequé la piel rápidamente para no coger frío. Me senté sobre la toalla y volví a leer. Al rato, llegó a la playa una señora mayor acompañada de una joven . Al principio no me fijé bien en ellas, estaba distraído en mi lectura y me interesaba la historia del náufrago perdido en el mar Caribe.
Las recién llegadas se sentaron frente al mar, apenas unos metros de donde yo me encontraba. La chica ayudó a la señora a que se despojara de la bata que llevaba puesta . Una vez estuvo sentada y acomodada sobre su toalla, la joven procedió a quitarse la blusa blanca que llevaba puesta. En este momento levanté los ojos del libro que estaba en mis manos y la vi con toda su esplendorosa juventud. Su rostro troquelado con dos grandes ojos negros, sus labios rosáceos perfilados, que instaban a besarlos, se escondían en ocasiones tras sus largos cabellos negros, que se movía de manera descompasada por los movimientos de la chica que aún permanecía de pié hurgando en el interior la bolsa de mano que llevaba. Su piel era blanca y delicada, parecía como si hubiera acabado de salir de una caja oculta durante mucho tiempo. Llevaba puesto un bikini azul turquesa que resaltaba sobre su marmórea piel.






Depositó la toalla en el suelo y se tumbó sobre ella. Su cuerpo, alargado, bajo los rayos del sol me excitaba. Miraba de distraerme con mi lectura, pero no podía. La observaba de reojo y no perdía ninguno de sus movimientos.
Cambió de postura y se sentó con las piernas encogidas, rodeándolas con sus brazos en un gran abrazo. Estaba frente a mi, de tal modo que observaba cada uno de mis movimientos. Cada una de las palabras del libro que tenía ante mis ojos parecía que tenían movimiento, las letras corrían de arriba hacia abajo desenfocándose continuamente. Estaba muy nervioso.
La chica se quedó en esta posición hasta que su acompañante hizo ademán de marcharse. La mujer mayor se levantó y la chica la ayudó nuevamente para ponerle la bata. Cuando la señora recogió sus cosas, se marchó sola. La chica se quedó en el mismo sitio y en la misma postura. Yo intenté devorar el libro.
Cuando levanté los ojos no estaba. Aún miraba la toalla vacía, cuando oí su voz que me decía “hola”. Giré mi cabeza y la vi, con toda su belleza, como si brotara de entre las rocas con su bikini azul turquesa. Me preguntó por el libro. Estaba sudando, de mi frente y de todo mi cuerpo emanaban unas grandes gotas de sudor. No estaba preparado para todo lo que estaba viviendo en aquél momento. Una de las gotas de sudor cayó sobre las tapas del libro, mientras ella seguía allí observándome. Tenía un nudo en la garganta que me impedía balbucear una palabra inteligible.
Se sentó a mi lado y rozó mi brazo con el dedo índice de su mano izquierda, todo el bello de mi cuerpo se erizó, notando en mi piel una sensación que nunca antes había sentido. Iba a explotar, tuve que encoger mis piernas para disimular mi sexo, duro, que se erguía de entre mis piernas.Sin decir ninguna palabra pasó su mano izquierda por mi espalda, mientras que con la otra cogió mi mano derecha y la depositó sobre su sexo, aún vestido con el “cultote” de su bikini. Una vez dejó mi mano pasó la suya por entre mi vientre y el bañador, rozando con sus dedos mi falo erecto.
Me corrí, no aguanté más, pero ella no dijo nada, insistió que la siguiera tocando por encima de la tela del bikini, mientras ella seguía jugando con mi sexo hasta que volvió a crecer como una exhalación. Me besó, sentí sus rosáceos labios sobre los míos. Noté que su lengua salía, húmeda y caliente, de entre sus labios queriendo perforar los míos, abriéndose camino hasta encontrar mi asustada lengua.
La cogí con mis manos, le besé toda su cara, lamí sus dos párpados salados y la volví a besar en la boca. Mis manos, ya liberadas de la timidez, recorrieron todo su cuerpo, deteniéndose en sus duros senos y noté que tenía los pezones erectos. Besé su vientre y su sexo vestido, hasta que lo desnudé completamente, para introducir en él mi lengua hasta lo más profundo de su vagina.
Me quité el bañador y ella con su mano me ayudó a que me introdujera dentro de ella, sentí un calor suave y húmedo que subía desde la punta de mi glande hasta llegar a lo más alejado de mis extremidades. Cabalgamos encima de la roca, no sentíamos dolor, sólo placer, hasta que llegamos al cielo. Quedé exhausto, tumbado sobre la roca mientras, sin decir palabra, ella se vistió y se marchó.
Cuando regresaba a casa, no dejé de pensar en ella, pasé por delante de un bar, me senté en una mesa frente al mar. Me sirvieron un “Campari” con unas patatas fritas. Observé la luminosidad de la lacustre bahía rodeada de pirineicas montañas i las barcas amarradas en el muelle. Miré el libro manchado de sudor. Pensé nuevamente en la chica y me pregunté ¿Por qué cuando estaba detrás de mí no le dije nada? Cada vez que voy a Sebastià del Mar intento recordarla, esbelta

con su bikini azul turquesa y su cuerpo marmóreo, pero no la he vuelto a ver nunca más.

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