martes, 2 de octubre de 2007

Este fue mi primer relato








Soledad en la noche

El día había transcurrido irremediablemente, todo me había salido mal, parecía que había caído en un pozo del que no podía salir. El corazón bombeaba desesperadamente, empujando a borbotones la sangre en el interior de mis venas, pero parecía que no llegaba hasta mi cabeza, que me dolía. Notaba en las sienes el “pomponeo” acompasado del imparable motor. Tenía la mente obnubilada, todo era una amalgama de pensamientos, imágenes borrosas y vagos recuerdos que discurrían por mi mente sin orden ni concierto. No podía dormir, notaba como la chaqueta del pijama se pegada a mi cuerpo sudoroso, hacía mucho calor en la habitación. Estaba tendido en mi cama, noté unas ganas enormes de orinar. Me levanté, llegué al baño y no reconocí la imagen que se reflejaba en el espejo. Tenía la cara desencajada envuelta por una barba de varios días prematuramente encanecida. Oriné y me sentí algo mejor. Tenía el pene, flácido, en mi mano y pensé en el tiempo que hacía que no había tenido una placentera erección y que mi falo hubiera sido succionado en interior de una caliente y húmeda vagina.
Me vestí y salí a la calle, debían ser las tres de la mañana, deambulé sin rumbo durante un largo tiempo con la mente en blanco, hasta que me di cuenta que estaba enfrente del bosque de plátanos justo al lado del río Ter.



La Dehesa se encontraba totalmente desierta y respiraba silencio. Observé el cielo, la luna estaba radiante, Girona parecía relucir sobria y dejaba de ser una silueta. Las nubes habían dejado aparecer una luna llena que parecía reírse de mi situación.




Miré a la luna fijamente y la maldije. Me senté en uno de los bancos de piedra y me puse a observar el cuadriculado de aquellos árboles erectos, altos y vestidos en sus copas por palmípedas hojas aún verdes. En aquél momento oí un sonido gutural acompasado de alguien que se descontrolaba de placer.

Mis ojos acudieron raudos al lugar de donde venía aquel jadeo, que cada vez cortaba el silencio con más intensidad. La claridad de la luna me hizo ver que cerca de uno de los árboles había dos cuerpos desnudos entrelazados, cubiertos pos cuatro manos que frenéticamente buscaban una complicidad en la lucha para abrazarse con más fuerza, buscando ciegamente las entrepiernas de cada uno de los amantes. Sin darme cuenta me fui acercando a aquellos dos cuerpos conjuntados. La luz que irradiaba aquella luna maldecida me iluminaba y mi sombra quiso también participar en aquél juego de amor, de besos y de complicidad. No pasé desapercibido por los amantes que estaban ya jadeando al unísono cuando un fuerte grito de placer surgió de aquel bulto, en aquél momento relucientemente dorado, y otro grito siguió inmediatamente. Los dos cuerpos estaban extenuados, seguían en el suelo entrelazados, Uno de ellos dio la vuelta a su cabeza y me observó, regresó y volvió a serpentear a su amante. No me moví, seguí observando como se levantaban. En aquél momento la desnudez de los dos cuerpos mostró su esplendorosa hermosura. La similitud de las curvas era evidente, sus pechos eran turgentes y hermosos y las dos amantes quedaron al descubierto, desapareciendo nuevamente cuando sus labios se reencontraron en un largo beso. Se vistieron y lentamente se dirigieron hacia la ciudad cogidas de la mano, una de ellas reposó la cabeza sobre el hombro de su compañera y se fueron perdiendo en la lejanía iluminadas por la luna sonriente.
Regresé a mi casa, me dispuse nuevamente a dormir, pero la visión de aquellos cuerpos juveniles entrelazados invadió mi mente, reviviendo cada momento de aquel baile amatorio. Mañana será otro día, buscaré una solución para salir del interior del pozo, pero tendré presente que hay personas que dan su amor y consiguen la felicidad, aunque sea efímera.

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